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jueves, 16 de febrero de 2012

MASONERIA : ¿Podemos vivir en la ignorancia creyéndonos masones sin serl...

Orígenes medievales de la masonería



 
Si nos atuviéramos a lo que ciertos escritores han dicho sobre el particular, nos encontraríamos con más de cuarenta opiniones di­versas sobre el origen de la masonería. Desde las que hacen fun­dadores de la misma a Adán, Noé, Enoch, Moisés, Julio César, Alejandro Magno, Jesucristo, Zoroastro, Confucio, etc., hasta los que atribuyen dicha paternidad a los jesuitas, rosa-cruces, tem­plarios, judíos..., pasando por los magos, maniqueos, albigenses, esenios, terapeutas, etc.
Sin embargo la realidad, y en este caso la verdadera historia, es mucho más sencilla. Las sociedades del orden que sea, reli­giosas, políticas, profesionales, económicas o comerciales. obser­vaban antaño un ritual durante sus reuniones tenían símbolos, programas y palabras de orden o contraseñas. En la Antigüedad desde la Edad Media, normalmente lo que se aprendía se tenía escon­dido. Así se comprende por qué era tan difícil, si no imposible, pasar de una clase a otra, o incluso cambiar de oficio. Estas aso­ciaciones o sociedades correspondían a grupos o categorías socia­les, y unos y otras, por interés o por miedo, solían guardar celosamente sus secretos. Asociaciones semejantes se formaron en todos los cuerpos de oficios. Y asociaciones de este tipo han exis­tido siempre, y siguen existiendo en nuestros días, con gran va­riedad de colores, matices e ideologías, tanto políticas como reli­giosas.


1.         Los constructores de catedrales y la logia

Pero pocos gremios del Medievo tuvieron tanto influjo y reper­cusión en la historia posterior como el de los constructores, hoy día señalado de forma inequívoca como originario de aquella ma­sonería operativa, que posteriormente, a comienzos del siglo XVIII, daría paso a la actual masonería especulativa, tan distinta en sus fines, pero tan igual en sus ritos y ceremonias de iniciación, en su nomenclatura y organización.
El gremio de los albañiles era uno de los mejor organizados y mas exclusivos de la Edad Media. Alcanzar el puesto de maestro albañil equivalía a convertirse en una de las figuras más impor­tantes del país. En Europa existió en varias formas una organiza­ción sumamente desarrollada de este oficio.
En sus orígenes, la logia parece haber servido para designar a la vez un lugar geográfico y un tipo de organización. Es decir, por una parte, el lugar donde los obreros trabajaban, descansaban y comían, y por otra, bien el grupo de masones que trabajaban en una obra concreta o el conjunto de masones de una ciudad.
La logia era un obrador y un refugio y, en ocasiones, podía ser incluso un edificio permanente. De ordinario era una casa de ma­dera o piedra donde los obreros trabajaban al abrigo de la intemperie, pudiendo contener de doce a veinte canteros. En realidad, desde el punto de vista laboral, era una oficina de trabajo provis­ta de mesas o tableros de dibujo, en la que había un suelo de yeso para trazar los detalles de la obra. Desde el punto de vista admi­nistrativo, la logia era también un tribunal, en el que el grupo de hombres que en ella se reunía estaba bajo la autoridad del maes­tro albañil, quien mantenía la disciplina y aplicaba las normas del oficio de la arquitectura.
La construcción de grandes edificios públicos establecía víncu­los de estrecha relación entre los artistas y los operarios duran­te el largo lapso de tiempo en que habían de convivir. Y así sur­gía una comunidad de aspiraciones estable y un orden necesario por medio de una subordinación completa e indiscutible. La co­fradía de los canteros estaba formada por aquellos operarios há­biles que abarcaban, por una parte, los obreros encargados de pulimentar los bloques cúbicos y. por otra, los artistas que los ta­llaban y los maestros que eran los que dibujaban los planos.
Allí donde se acometían obras de alguna importancia se cons­truyeron logias, y a su alrededor habitaciones convertidas en co­lonias o conventos, ya que los trabajos de edificación duraban varios años. La vida de estos trabajadores estaba reglamentada por estatutos, cuyo fin principal era lograr una concordia completamente fraternal, porque para realizar una gran obra era in­dispensable que convergiera la acción de las fuerzas unidas.
De ahí la importancia de los primitivos rituales dirigidos a conseguir de los neófitos una verdadera iniciación a la vez pro­fesional y espiritual. Basta recordar hasta qué punto la religión penetraba e inspiraba todos los gestos de la vida. Y los que tenían por misión levantar sobre el suelo de la cristiandad iglesias, monasterios y catedrales, debían, más que los demás, añadir a la destreza técnica un espíritu honesto y un alma verdaderamen­te iluminada por la fe. Destreza y fe, no exentas de libertad para criticar los abusos, excesos y faltas que dichos masones operativos veían en algunos miembros del clero de la época, y que de una forma tan magnífica plasmaron esencialmente en los famosos juicios finales de no pocas portadas de las catedrales europeas, como símbolo y testimonio de una fe sincera no incompatible con el espíritu libre y crítico de los creyentes escandalizados de las contradicciones de ciertos clérigos, obispos e incluso papas.